«Dedicado a fortificar y animar al Cuerpo de Cristo.»

Jesucristo Mismo – La Esencia De Su Propia Obra

Por Charles H. Spurgeon

    «Jesucristo mismo» es la médula y la esencia del Evangelio.  Cuando el apóstol Pablo quiso decir que se predicaba el Evangelio, comentó, «Cristo es anunciado» (Flp.1:18), pues el Evangelio es Cristo mismo.  Si quieren saber qué enseñó Jesús, conózcanlo a Él mismo.  Él es la encarnación de esa verdad que por Él y en Él es revelada a los hijos de los hombres.  ¿Acaso no dijo Él mismo, «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14:6)?  No tienen que investigar incontables tomos, ni tienen que estudiar escrupulosamente algunas misteriosas frases de doble significado para saber qué cosa ha revelado nuestro grandioso Maestro; sólo tienen que voltearse y contemplar Su rostro, observar Sus acciones y ver Su espíritu, y así pueden conocer Su enseñanza.  Él vivió lo que enseñó.  Estudien Sus heridas y entenderán Su más recóndita filosofía.

    «Jesucristo mismo» es la esencia de Su propia obra, y, por tanto, de muy buen grado deberíamos confiar en Él.  Jesús mismo es el alma de Su propia salvación.  ¿Cómo lo describe el apóstol?  «…Él cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí» (Gál. 2:20).  Por nosotros Él dejo Su corona, Su trono y Sus joyas en el cielo, pero eso no fue todo pues Él se dio a Sí mismo.  Dio Su vida en la tierra, renunció a todas las comodidades de la existencia y soportó todas sus aflicciones.  Dio Su cuerpo, Su agonía y dio la sangre de por mí.  «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella» (Ef. 5:25).  «Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero…» (1 Pe. 2:24).  ¡Aquí no hay la intermediación de ningún representante!  ¡No hay ningún sacrificio que tenga como límite la propia persona!  No hubo ningún límite para el dolor de Jesús como el que fue establecido para el sufrimiento de Job – «…Solamente no pongas tu mano sobre él…» (Job 1:12), o «…mas guarda su vida» (2:6).  No, fue una entrega sin reservas, pues Él se entregó a Sí mismo.  «A otros salvó, a Sí mismo no se puede salvar» (Mt. 27:42), porque Él mismo era la propia esencia de Su propio sacrificio en favor nuestro.

    Debido a que Él es lo que es, fue capaz de redimirnos:  la dignidad de Su persona impartió eficacia a Su expiación.  Él es divino, Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, y, por tanto, un infinito poder se encuentra en Él.  Él es humano y es perfecto en esa humanidad, y, por tanto, es capaz de obediencia y sufrimiento en nombre y representación del hombre.  Puede salvarnos porque Él es Emanuel – «Dios con nosotros» (1:23).

    Entonces, cuando vean la expiación, piensen siempre que Jesús mismo es el alma de ella.  En efecto, allí radica la eficacia de Su sacrificio. Por esa razón el apóstol, en la Epístola a los Hebreos, habla de Él como «habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de Sí mismo» (Heb. 1:3).  Esta purificación fue obrada por Su sacrifica, pero el sacrificio fue Él mismo.  «Ofreciéndose a Sí mismo» (7:27).  Él estuvo en el altar como un sacerdote que ofrecía un sacrificio cruento, pero la ofrenda no era ni un novillo, ni un carnero, ni una tórtola, sino que era Él mismo.  «…Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo para quitar de en medio el pecado» (9:26).

    La única razón por la que somos agradables a Dios se remonta a Él, pues Él es nuestra ofrenda de olor grato; y la única razón por la que nuestro pecado es quitado se encuentra en Él, porque Él es nuestra ofrenda por el pecado.  La limpieza por medio de la sangre y el lavatorio por el agua son el resultado, no de la sangre y del agua en y por sí solas y aparte de Él, sino debido a que eran lo esencial de Él mismo.

    Ahora, debido a eso, el Señor Jesucristo mismo es el Objeto de nuestra fe.  ¿Acaso no es descrito así siempre en la Escritura?  «Mirad a Mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra…» (Is. 45:22) – no es «Mirad a Mi cruz,» ni es «Mirad a Mi vida,» ni es «Mirad a Mi muerte,» ni mucho menos es «mirad a Mis sacramentos o a Mis siervos,» sino «Mirad a Mí.»  De Sus labios resuenan las palabras, «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar» (Mt. 11:28).  De hecho, el lema de la vida del cristiano es, «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…» (Heb. 12:2).

    Ahora, yo quiero que ustedes, que han estado mirando a su fe, miren a Jesús mismo más bien que a su pobre y débil fe.  Ahora yo les suplico a quienes hayan estado estudiando los resultados de la fe en ustedes mismos y que estén insatisfechos, que aparten su mirada de ustedes mismos y que miren a Jesús mismo.  Ahora, ustedes que no pueden entender esto y no pueden entender aquello, renuncian por lo pronto a querer entender, y vengan y miren a Jesucristo mismo, «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él» (Ef. 1:17).  Que el Señor nos conceda gracia para ver a Jesucristo mismo como todo en todo en el tema de nuestra salvación, de tal manera que podamos tener tratos personales con Él.

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