«Dedicado a fortificar y animar al Cuerpo de Cristo.»

La Intercesión – El Vínculo Bendito A La Omnipotencia De Dios

Por Andrew Murray

    «Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes;…no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite» (Lc. 11:5-8).

    La oración es el secreto del éxito de toda obra cristiana. Ese poder puede desafiar a todos los poderes del mundo y hacer aptos a los hombres para conquistar al mundo para Cristo. Puede bajar el poder de la vida celestial, el poder del propio Espíritu de Dios, el poder de la Omnipotencia a la vida en la tierra.

    Si queremos ser librados del pecado de la oración restringida, tenemos que ensanchar nuestros corazones para la obra de intercesión. Es en la intercesión a favor de otros donde se estimularán nuestra fe, nuestro amor y nuestra perseverancia, y hallaremos aquel poder del Espíritu Santo que puede hacernos aptos para rescatar a los hombres. El Maestro nos enseña, en la parábola del amigo que salió a medianoche (Lucas 11), que la intercesión a favor de los necesitados exige el más alto ejercicio de nuestro poder de fe y de oración prevaleciente. La intercesión es la forma de oración más perfecta. Cristo siempre vive en Su trono para hacer esa clase de oración. Aprendamos cuáles son los elementos de la verdadera intercesión.

1. Una necesidad urgente

    Fíjese en la necesidad urgente: Es aquí donde tiene su origen la intercesión. El amigo llegó a medianoche, una hora completamente inoportuna. Tenía hambre y no podía comprar pan. Si hemos de aprender a orar como debemos, tenemos que abrir los ojos y el corazón para ver las necesidades de los que nos rodean.

    Continuamente oímos acerca de los miles de millones de almas perdidas que viven en la tenebrosidad de la medianoche, y perecen por falta del Pan de vida. Oímos acerca de los millones de cristianos nominales, la gran mayoría de los cuales casi son tan ignorantes e indiferentes como los perdidos. Vemos millones de individuos en la iglesia cristiana, que no son ignorantes ni indiferentes, y sin embargo, saben poco con respecto a andar en la luz de Dios o del poder de una vida alimentada con el pan del cielo. Cada uno de nosotros tiene su propio círculo: la congregación, la escuela, los amigos, la misión; en que la gran queja es que la luz y la vida de Dios se conocen muy poco. Pero si creemos lo que profesamos: que sólo Dios puede ayudar, y que Dios ciertamente ayudará en respuesta a la oración, todo esto nos convertirá en intercesores. Éso debe motivarnos a ser personas que entregan sus vidas a la oración por aquellos que nos rodean.

    Hagamos frente a esto y consideremos la necesidad: ¡cada alma sin Cristo va a las tinieblas, y perece de hambre, aunque hay suficiente pan, y de sobra! ¡Cada año mueren millones de personas sin el conocimiento de Cristo! ¡Nuestros propios vecinos y amigos, almas que se nos han confiado, mueren sin esperanza! ¡Los cristianos que nos rodean viven de manera enfermiza, frágil e infructífera! Ciertamente se necesita la oración. No servirá nada, nada, sino la oración a Dios para pedirle ayuda.

2. El amor disponible

    Fíjese en el amor disponible: El amigo hospedador introdujo en su casa, y también en su corazón, al amigo cansado y hambriento. No le dio la excusa de que no tenía pan. A medianoche salió a buscárselo. Sacrificó su noche de descanso y su comodidad para buscar el pan que se necesitaba. El amor «no busca lo suyo» (1 Co. 13:4).

    La misma naturaleza del amor es darse y olvidarse de sí mismo por el bien de otros. Toma las necesidades de otros y las hace suyas. Halla el gozo real en vivir y morir por otros como lo hizo Cristo. El amor de una madre por su hijo pródigo hace que ella ore por él. El amor verdadero por las almas se volverá en nosotros el espíritu de intercesión.

    Es posible trabajar mucho de manera fiel y sincera a favor de nuestros semejantes, sin sentir verdadero amor hacia ellos. Los siervos de Cristo pueden entregarse a su obra con devoción y sacrificarse con entusiasmo, sin sentir ningún amor fuerte como el de Cristo por las almas. Esta falta de amor es la que produce muchísima deficiencia en la oración. El amor nos obligará a orar, por cuanto no podemos descansar de nuestra obra si las almas no son salvas. El verdadero amor tiene que orar.

3. El sentido de la impotencia

    Fíjese en el sentido de la impotencia: Con frecuencia hablamos acerca del poder del amor. Aun así, el más fuerte amor puede ser absolutamente incapaz. Una madre pudiera estar dispuesta a dar su vida por el hijo que agoniza, pero aun así no ser capaz de salvarlo. El amigo que salió a la medianoche estaba muy dispuesto a darle pan a su amigo, pero no tenía nada. Esta comprensión de su incapacidad para ayudar, fue la que lo envió a suplicar: «…un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante.» Este sentido de reconocer la incapacidad en los siervos de Dios es la verdadera fuerza a la vida de intercesión.

    «No tengo qué ponerle delante.» Cuando esta conciencia se apodera del pastor o del misionero, del maestro o del obrero cristiano, la intercesión llega a ser la única esperanza, el único refugio. Yo puedo tener conocimiento y verdad, un corazón amoroso y la disposición de entregarme a favor de aquellos que están a mi cuidado, pero no puedo darles el pan del cielo. A pesar de mi amor y mi celo, «no tengo que ponerles delante.» Bendito el hombre que ha tomado lo siguiente como lema de su ministerio: «No tengo nada.» El piensa en el día del juicio y en el peligro para las almas. Ve que para salvar a los hombres del pecado se necesita un poder y una vida sobrenaturales. Se siente absolutamente insuficiente. Lo único que puede hacer es satisfacer las necesidades naturales de ellos. «No tengo nada.» Ésto lo impulsa a orar. El reconocer que se es incapaz es el alma de la intercesión. El cristiano más sencillo y frágil puede hacer que descienda la bendición del Dios Todopoderoso.

4. La fe en la oración

    Fíjese en la fe en la oración: Lo que el hombre en sí no tiene, otro lo puede proveer. El tiene un amigo rico que vive cerca quien podrá y estará dispuesto a darle el pan. Está seguro de que si sólo pide, recibirá. Esta fe lo hace salir de su hogar a medianoche. Si él mismo no tiene el pan para darle a su amigo, se lo puede pedir a otro.

    Necesitamos esta fe sencilla y confiada de que Dios dará. En la Palabra de Dios tenemos todo lo que puede estimular y fortalecer tal fe en nosotros. La Escritura nos muestra el verdadero cielo de Dios, que está lleno de todas las bendiciones espirituales: luz y amor y vida divinos; gozo y paz y poder celestiales; todos los cuales brillan sobre nosotros. Ella nos revela que nuestro Dios espera y aun se deleita en otorgar estas bendiciones como respuesta a la oración. Por medio de un millar de promesas y testimonios, la Biblia nos llama y nos insta a que creamos que la oración será oída, que lo que no nos es posible hacer a favor de aquellos a quienes queremos ayudar, puede hacerse y recibirse por medio de la oración. También vemos que, por medio de la oración, los más pobres y débiles pueden dispensar bendiciones a los necesitados, y que cada uno de nosotros, aunque seamos pobres, podemos hacer ricos a otros.

5. La importunidad que prevalece

    Fíjese en la importunidad que prevalece: La fe del amigo hospedador se encontró con un repentino e inesperado obstáculo: El amigo rico se negó a oír la petición. «…no puedo levantarme, y dártelos.» El corazón amante no había contado con esta desilusión. No pudo consentir en aceptarla. El suplicante insiste en su plegaria. No es fácil, en contra de todas las apariencias, aferrarnos a nuestra confianza de que él oirá, y luego continuar perseverando con plena certidumbre de que tendremos lo que pedimos. Aun así, esto es lo que Dios desea de nosotros. El aprecia altamente nuestra confianza en Él, la cual es esencialmente el más alto honor que la criatura puede rendir al Creador. Por lo tanto, Él hará cualquier cosa para entrenarnos en el ejercicio de esta confianza en Él. Bienaventurado el hombre que no se tambalea por la demora, o el silencio, o la aparente negativa de Dios, sino que es fuerte en la fe y le da a Dios la gloria. Tal fe persevera, importunamente, si es necesario, y no puede dejar de heredar la bendición.

6. La certeza de una rica recompensa

    Fíjese en la certeza de una rica recompensa: «Os digo, que…por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite.» ¡Ah, que nosotros creyéramos en la certeza de una respuesta abundante! Que todos los que piensen que es difícil orar mucho fijen los ojos en la recompensa, y con fe aprendan a contar con la seguridad divina de que su oración no puede ser en vano. Si sólo creyéramos en Dios y en Su fidelidad, la intercesión sería el primer lugar al cual acudimos para refugiarnos cuando buscamos bendiciones para otros. Sería lo último para lo cual no pudiéramos hallar tiempo. También sería algo de gozo y esperanza, pues todo el tiempo que estuviéramos en oración reconoceríamos que estamos sembrando una semilla que producirá fruto cien veces más «…ser levantará y le dará todo lo que necesite.»

    El tiempo que se pasa en oración producirá más que el que se dedica al trabajo. La oración le da al trabajo su valor y su éxito. La oración abre el camino para que el Mismo Dios haga Su obra en nosotros y a través de nosotros. Que nuestro principal trabajo como mensajeros de Dios sea la intercesión; con ella aseguramos que la presencia y el poder de Dios van con nosotros. La intercesión es el vínculo bendito entre nuestra impotencia y la omnipotencia de Dios.

    – Revisado y condensada de El Ministerio de la Oración Intercesora por Andrew Murray.