«Dedicado a fortificar y animar al Cuerpo de Cristo.»

El Hambre Del Desierto

Por A. W. Tozer

    «El hombre fue creado para habitar en un jardín,» dice el Dr. Harold C. Mason, «pero a causa de su pecado se ha visto forzado y obligado a vivir en un campo, una campiña que él arrancó de sus enemigos por el sudor y las lágrimas, y el cual él preserva únicamente a precio de su cuidado y trabajo interminable. No tiene más que relajarse en sus esfuerzos por unos pocos años y el desierto reclama sus campos de nuevo. La selva y el bosque tragan y ahogan sus labores, y todo su cuidado habrá sido en vano.»

    Cada campesino conoce el hambre del desierto, esa hambre voraz que ninguna maquinaria agrícola moderna, ni métodos avanzados de agricultura, puede destruir. No importa cuán bien preparado sea el terreno, cuán bien mantenidos estén los cercos, cuán bien pintados se vean los edificios, si el dueño es negligente por un tiempo de sus hectáreas preciosas y valiosas, se las traga de nuevo la silvestre jungla o el árido desierto. La tendencia de la naturaleza es hacia el desierto, nunca hacia el campo fructífero. Eso, lo repito, lo saben todos los campesinos.

    Para el Cristiano alerta, este hecho será más que una observación de interés a los campesinos; será una parábola, una lección objetiva que presenta una ley que traspasa y trasciende todas las regiones de nuestro mundo caído, afectando y alterando tanto las cosas espirituales como las materiales. No podemos escapar a esa ley que quisiera persuadir a todas las cosas a permanecer en su estado salvaje, o volver a su estado rústico o selvático después de un período de cultivo. Lo que es verdad del campo es también verdad del alma, si tenemos suficiente sabiduría para ver y percibirlo.

    La tendencia moral del mundo caído no es hacia la piedad y la santidad, sino decididamente en la dirección opuesta. Este mundo vil no es amigo de la gracia para ayudarnos a encontrar a Dios. Haríamos bien en ver que cada nuevo cristiano aprendiera esta lección a la mayor brevedad posible después de su conversión. A veces dejamos la impresión que es posible encontrar en un altar de oración, de una vez por todas, la pureza de corazón y el poder para asegurarnos la victoria en la vida por el resto de nuestros días. ¡Cuán errada es esta noción lo han probado incontables cristianos a través de los siglos!

    La verdad es que ninguna experiencia espiritual, no importa cuán revolucionaria, nos puede eximir de las tentaciones; y la tentación no es otra cosa que el desierto usurpando nuestro nuevo campo recién despastado. El corazón purificado es detestable al diablo y a todas las fuerzas del mundo perdido. Nunca se van a cansar de ganar y recuperar lo que han perdido. La selva se trepa y penetra tratando de ahogar las pequeñas áreas que habían sido liberadas por el poder del Espíritu Santo. Únicamente el cuidado y la oración constante pueden preservar esos logros morales ganados para nosotros por medio de las operaciones de la gracia de Dios.

    El corazón abandonado por la negligencia pronto se verá plagado con pensamientos mundanos; la vida de negligencia moral pronto se convertirá en un caos moral; la iglesia que no es celosamente protegida por la poderosa intercesión y labores sacrifícales, dentro de poco se convertirá en la morada de toda ave maligna y el escondite de corrupción insospechada. Esa selva trepadora pronto invadirá esa iglesia que confía en su propia fuerza y olvida velar y orar.

    La ley de la selva opera universalmente a través del mundo caído, en el campo misionero como también en los campos mejor protegidos. Debido a esto, es un error creer que nuestra obligación misionera pueda cumplirse traspasando las fronteras de un país a otro proclamando el Evangelio sin seguir después con enseñanza completa y cabal y una cuidadosa organización de la iglesia. Sin embargo, este error está afectando a grandes sectores de la iglesia evangélica, llevando a personas sinceras a que realicen un esfuerzo de terminar la evangelización del mundo por el método de brincar por el mundo.

    El hacer unos pocos convertidos, para luego dejarlos solos a sus propios designios, sin cuidado adecuado, es tan insensato como soltar un rebaño de corderos recién nacidos en medio del desierto; es tan absurdo como limpiar, arar y plantar un campo en el corazón profundo del bosque y dejarlo a merced de la naturaleza indisciplinada. Todo esto sería una pérdida de esfuerzos y es imposible que pudiera resultar en alguna ganancia real.

    Es así con todo esfuerzo espiritual que no toma en cuenta la voracidad del desierto y la selva. Los corderos tienen que tener un pastor, o los matarán; el campo tiene que ser cultivado, o se perderá; las ganancias y logros espirituales deben ser conservados velando y orando o, de lo contrario, éstos también caerán víctimas del enemigo.

    – Extraído del libro La Raíz de los Justos de A. W. Tozer, (pgs. 119-121) publicado por Editorial CLIE (Barcelona) España.