Jesús Nuestro Sumo Sacerdote
Por Rich Carmicheal
Lectura bíblica: Hebreos
«Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo llamamiento celestial, consideren a Jesús, Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos» (Heb. 3:1).
¡Qué gran bendición es para nuestras vidas considerar a Jesús! No importa cuál sea nuestra situación, si estemos o fuertes o débiles, o animados o desanimados, o gozosos o doloridos, o de buena salud o de mala salud, o con plenitud o con necesidad, o victoriosos o luchando – siempre nos beneficiamos cuando volvemos nuestros ojos y corazones hacia Jesús. Él es nuestra fortaleza, nuestro ánimo, nuestro gozo, nuestra salud, nuestras riquezas, nuestra victoria, nuestra salvación, y sigue la lista sin fin.
Te invito a considerar conmigo una de las verdades centrales sobre la Persona y la obra de Jesús, una verdad a que se le da énfasis especial por el escritor de Hebreos: Jesús es nuestro Sumo Sacerdote. Para ayudarnos a abrazar esta verdad sobre Jesús, el escritor de Hebreos saca una serie de comparaciones y contrastes entre los sumos sacerdotes (y otros sacerdotes) bajo el Pacto Antiguo, y Jesús. En cada instancia, nos muestra la manera que Jesús como Sumo Sacerdote sobrepasa de lejos el sumo sacerdocio anterior.
Jesús y el Lugar Más Santificado
Considera, por ejemplo, las responsabilidades asociadas con los sacrificios y el Día del Perdón. En el fondo del ministerio de un sumo sacerdote era su llamada a ofrecer sacrificios para hacer propiciación por los pecados del pueblo. Este ministerio se culminaba todos los años en el Día de Perdón (ver Levítico 16) cuando se le permitía por Dios entrar por la cortina hasta el Lugar Más Santificado en el Tabernáculo para hacer propiciación por si mismo, por su casa y por la comunidad entera del pueblo de Dios. Solamente él podía entrar en el Lugar Más Santificado y solamente en este único día especial, y solamente después de haber seguido las preparaciones cuidadosas de lavados y vestimientos prescritos por el Señor (de otra manera, se moriría al entrar).
El escritor de Hebreos indica que Jesús, como otros sumos sacerdotes, entró en el Lugar Más Santificado para hacer propiciación por los pecados. Sin embargo, hay varias diferencias de tremenda consecuencia entre Su ministerio y el ministerio de los otros. Estas incluyen los siguientes:
• En cuanto que los otros sumos sacerdotes entraban en el santuario terrenal que solo era una copia y una sombra del santuario celestial, Jesús no entró en un santuario hecho por hombres, sino que entró en el mismo cielo, hasta la misma presencia de Dios (9:24). Él sigue sirviendo en el santuario, el tabernáculo verdadero puesto por el Señor (8:2).
• En cuanto que los otros sumos sacerdotes entraban en el Lugar Más Santificado solo bajo el humo del incienso que escondía la tapadura de propiciación sobre el Testimonio (Lev. 16:13), Jesús, como el Hijo de Dios, apareció abiertamente en la presencia de Su Padre (Heb. 9:24; 10:9).
• Otros sumos sacerdotes eran pecadores quienes primero tenían que pedir perdón por todos sus propios pecados. Entonces, ellos solamente podían entrar en el Lugar Más Santificado con sangre que no era su propia sangre – la sangre de un becerro (por su propio pecado) y de un chivo (por los pecados del pueblo). Jesús, sin embargo, porque era sin pecado, no necesitó hacer sacrificio por Sus propios pecados. Él podía presentarse a Si mismo sin mancha a Dios como el sacrificio – Su cuerpo y Su sangre inocente (9:14). ¡Él entró en el Lugar Más Santificado por Su propia sangre!
• En cuanto otros sumos sacerdotes tenían que entrar en el Lugar Más Santificado año tras año (9:25), Jesús apareció «una sola vez y para siempre» al final de los tiempos para deshacerse del pecado (9:26; 7:27). ¡Su sacrificio es un una-sola-vez-y-para-siempre evento que se cumplió!
• Aunque la sangre de animales ofrecida por los otros sumos sacerdotes tenía algún valor de propiciación y podía santificar a aquellos que estaban inmundos para las ceremonias para que pudieran llegar a estar limpios para afuera (9:13), fue imposible que la sangre de animales quitara los pecados. El pueblo seguía experimentando el poder del pecado y la culpabilidad del pecado. De hecho, los sacrificios ofrecidos por los sumos sacerdotes actualmente servían como un recuerdo anual de pecados (10:2-3). Pero la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, tiene poder y mérito para librarnos del pecado y limpiar nuestras conciencias de pecado (9:14-15).
La superioridad de Jesús como Sumo Sacerdote
El escritor de Hebreos comparte varios puntos de comparación y contraste entre los otros sumos sacerdotes y Jesús que pueden enriquecer nuestro conocimiento y relación con nuestro Sumo Sacerdote. Algunos de estos incluyen:
• Jesús como Sumo Sacerdote fue elegido entre hombres tal como los sumos sacerdotes anteriores (5:1). Él era completamente humano, «se asemejaba en todo a Sus hermanos» (2:17). Fue tentado en todo, sufrió en todo, sufrió cuando fue tentado (2:18; 4:15), y aprendió obediencia de lo que sufrió (5:8). Pero desigual a los otros sumos sacerdotes, Jesús es sin pecado. Es «santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores…» (7:26). En cuanto eran débiles, Él «ha sido hecho perfecto para siempre» (7:28).
• Había una larga sucesión de sumos sacerdotes porque la muerte prevenía a cada uno de continuar en su oficio (7:23). Pero Jesús vive para siempre y tiene un sacerdocio permanente (7:24). Es capaz de salvarnos completamente mientras llegamos a Dios por Él «porque vive siempre para interceder» por nosotros (7:25).
• Desigual a los otros sumos sacerdotes que venían del tribu de Leví, Jesús vino del tribu de Judá, un tribu de lo cual nadie había servido en el altar (7:13). También vino como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, no según el orden de Aarón (Aarón es de Leví).
Por lo menos tres cosas son significantes con referencia al orden de Melquisedec: 1) este es un sacerdocio permanente – Jesús sigue de sacerdote para siempre (7:3); 2) como Melquisedec, Jesús es ambos Sacerdote y Rey (7:1-2); y 3) el sacerdocio de Jesús es mayor que el sacerdocio de Aarón y la línea de Leví. Este último punto es verdad por el principio que mantiene que la persona menor es bendecida por la persona mayor. Como Abraham fue bendecido por Melquisedec, el último se considera mayor. Y, como Leví eventualmente vendría por la línea de Abraham, Melquisedec es mayor que Leví. Jesús, entonces, estando según el orden de Melquisedec, es mayor que esos sacerdotes descendientes de Leví (7:4-10).
• En cuanto otros sumos sacerdotes, incluyendo a Aarón, podían ser infieles en su relación con Dios y en sus responsabilidades, Jesús es un «sumo sacerdote fiel al servicio de Dios» (2:17) y es «fiel como Hijo al frente de la casa de Dios» (3:6).
• Como otros sumos sacerdotes, Jesús fue un hombre designado por Dios para servir de Sumo Sacerdote. Pero desigual a ellos, Él no es solamente un hombre. Él es el Hijo de Dios (5:5). Él no es únicamente humano total, sino que es totalmente divino. «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es, y el que sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa» (1:3).
• Otros llegaron a ser sacerdotes sin ningún juramento, pero Jesús llegó a ser sacerdote con juramento. Dios le dijo, «El Señor ha jurado y no cambiará de parecer: ‘Tú eres sacerdote para siempre’» (7:21). Por la certeza de la palabra y la promesa de Dios, ¡Jesús es Sacerdote y siempre será Sacerdote!
• En cuanto otros sacerdotes se pararían y harían los cultos, una y otra vez ofreciendo los mismos sacrificios (10:11), Jesús ofreció para todos los tiempos un sacrificio por pecados y se sentó a la mano derecha de Dios (10:12). En la cruz, Él podía proclamar, «Se ha cumplido» (Juan 19:30). ¡Se hizo la Propiciación! El escritor de Hebreos le pone énfasis a esto con recordarnos una y otra vez que Jesús ahora está sentado a la mano derecha de la Majestad en el cielo (1:3; 8:1; 10:12; 12:2). ¡Su sacrificio es completo, y Él es exaltado para siempre en el cielo en el lugar más alto de honor, a la mano derecha del trono de Dios!
• Otros sumos sacerdotes tenían un ministerio, un pacto, promesas, y algo de esperanza. Pero en Cristo todo es mejor: Él tiene un ministerio superior (8:6), Él es la garantía de un pacto mejor (7:22) que se fundó en mejores promesas (8:6), y Él introdujo una esperanza mejor (7:19).
Los beneficios del Sumo Sacerdocio de Jesús
A la manera que recibimos con sinceridad las muchas verdades relacionadas a Jesús como nuestro Sumo Sacerdote, hay un número de bendiciones maravillosas que podemos abrazar por fe plenamente para nuestras vidas. Aquí hay algunas de estas bendiciones:
• En Su humanidad plena, Él experimentó las clases de cosas que tú y yo experimentamos. Por eso, Él puede simpatizarse con nuestras debilidades (4:15) y es misericordioso hacia nosotros (2:17; 4:16). Él es capaz y dispuesto a ayudar (2:18) y podemos depender en Él para darnos misericordia y gracia cuando nos acercamos a Él en nuestro tiempo de necesidad (4:16). Podemos llegar a Él en cualquier momento por ayuda.
• Podemos encontrar gran aseguranza y consolación en el hecho de que Jesús nos puede salvar completamente. Hay veces cuando nos sentimos como rendirnos, veces cuando las presiones contra nosotros parecen demasiadas fuertes. Pero podemos seguir adelante en medio de estas circunstancias sabiendo que Él que comenzó tan buena obra la irá perfeccionando (Flp. 1:6). Jesús sostiene todas las cosas con Su palabra poderosa (Heb. 1:3). Él es más que capaz de sostenernos a nosotros. Y así podemos mantener «nuestra confianza y la esperanza que nos enorgullece» (3:6) y podemos retener «firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio» (3:14). ¡No somos de aquellos que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida! (10:39). Jesús es nuestra fuente de salvación eterna (5:9).
• Podemos encontrar gran consolación en el hecho de que Jesús siempre vive para interceder por nosotros. Parte de la intercesión que Jesús hace seguramente tiene que ser Sus oraciones en nuestro favor. Considera Su intercesión por Simón Pedro: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero Yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos» (Lc. 22:31-32). Considera las porciones siguientes de Su intercesión en Juan 17, considerada por algunos como Su Oración del Sumo Sacerdocio: «No Te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy Yo. Santifícalos en la verdad; Tu Palabra es la verdad. Como Tú Me enviaste al mundo, Yo los envío también al mundo» (15-18); «No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en Mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como Tú estás en Mí y Yo en Ti…. Padre, quiero que los que Me has dado estén conmigo donde Yo estoy. Que vean Mi gloria, la gloria que Me has dado porque Me amaste desde antes de la creación del mundo» (Juan 17:20-21, 24).
El Apóstol Pablo también nos recuerda que Jesús está ahora a la mano derecha de Dios, intercediendo por nosotros, y nada nos puede separar de Su amor. En todas cosas somos más que vencedores por Él (Rom. 8:34-37). ¡Podemos seguir fuertes hacia la victoria porque nuestro Sumo Sacerdote intercede por nosotros!
• Como nuestro Sumo Sacerdote es fiel absolutamente, podemos confiar en Él completamente. Él es el mismo ayer, hoy y para siempre (Heb. 13:8). Nuestra esperanza y confianza en Él nunca serán decepcionadas. «Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros...» (6:19-20).
• Por Su sangre, somos liberados del poder del pecado, y nos faculta para servir al Dios Viviente (9:14). Ya no somos esclavos al pecado, pero ahora podemos ofrecernos a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida (Rom. 6:13). ¡Somos nuevas creaciones en Cristo, con Su salvación y vida obrando en nosotros! El Santo nos hace santos (Heb. 2:11).
• Por la sangre de Cristo podemos ser perdonados y purificados de todo pecado. El Apóstol Juan nos recuerda que «…la sangre de Su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado…Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:7-9). También escribe que «…Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados…» (1 Juan 2:1-2). ¡Jesús es capaz de tratar con nuestro pecado totalmente! Si luchas con el pecado, ¡puedes mirar a Jesús este mismo día para la victoria!
• Ahora tenemos la confianza de entrar en el Lugar Más Santificado por la sangre de Jesús (Heb. 10:19). Él nos ha abierto el camino para nosotros a la misma presencia de Dios. No solo ha abierto el camino, sino que Él nos ha guiado por el camino (6:20). La descripción de Andrew Murray sobre lo bueno de entrar en el Lugar Más Santificado parece ser la manera más apropiada para concluir:
«Aquí se ve la cara del Padre y se prueba Su amor. Aquí se revela Su santidad, y el alma se hace partícipe de ella. Aquí el sacrificio del amor y la alabanza y la adoración, el incienso de la oración y la suplicación, se ofrecen con poder. Aquí el flujo del Espíritu se conoce como un río incesante, desbordante, que viene desde debajo del trono de Dios y del Cordero. Aquí el alma, en la presencia de Dios, crece hasta ser uno con Cristo más completamente, y más conformidad entera a Su semblanza. Aquí, en unión con Cristo, en Su intercesión incesante, estamos en facultados para tomar nuestro lugar como intercesores, quienes podemos tener poder con Dios y prevalecer. Aquí el alma sube como si estuviera en las alas del águila, se renueva su fuerza, y la bendición y el poder y el amor se imparten con los que los sacerdotes de Dios puedan salir para bendecir a un mundo que muere. Aquí todos los días experimentamos el ungimiento de nuevo, con lo cual podemos salir para ser portadores, y testigos, y canales de la salvación de Dios a los hombres, los instrumentos vivientes por los cuales nuestro Rey bendito efectúa Su triunfo completo y final. ¡O Jesús! Nuestro gran Sumo Sacerdote, ¡que sea así nuestra vida!»