«Dedicado a fortificar y animar al Cuerpo de Cristo.»

La Oración Nos Cambia

    La oración es como el aire de las montañas para nuestra alma. Abrimos nuestras ventanas hacia Jerusalén y respiramos el aire de la gloria. «La oración es la respiración vital del cristiano, el aire nativo del cristiano.»

    La oración es auto-disciplina. El esfuerzo de poner por obra la presencia y poder de Dios estira las fibras del alma y endurece sus músculos. El orar ocasiona el crecer en la gracia. Quedarse en la presencia del Rey, resulta en una nueva lealtad y devoción de parte de los sujetos fieles.

    El carácter cristiano crece en el lugar secreto de la oración. No hay otra tierra más efectiva en la cual cultivar el fruto del Espíritu, que cerca del trono de la gracia. Allí el racimo madura a la perfección: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gál. 5:22).

    La oración fortalece la mente, purifica las emociones y vigoriza la voluntad. La oración habitual, como James Hastings nos recuerda, otorga decisiones a los vacilantes, energía a los indiferentes, calma a los turbados, y la generosidad a los egocéntricos.

    La oración nos cambia. Siempre produce un sentido de pecado. Si estamos cerca de Dios en Cristo, Él derrama sus desprecio sobre todo nuestro orgullo. La oración produce la sumisión en la voluntad rebelde; ya que la oración es esencialmente un rendimiento a Dios: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya» (Lc. 22:42).

    Alguien lo ha expresado así: «El estirar de nuestra oración quizá no puede mover el trono eterno, pero como el estirar de una línea desde la proa de un barco, nos puede acercar a una comunión más íntima con Dios, y a una armonía con su voluntad santa en el puerto de descanso.»

    – Traducido y usado con permiso de la American Tract Society, Garland, Texas.