Dios A La Obra Detrás Del Escenario
Por Rich Carmicheal
Lectura bíblica: El libro de Ester
La historia de Ester provee una hermosa ilustración de como Dios obra detrás del escenario para preparer a Su pueblo para Sus propósitos y para librarlos de sus enemigos. Esta historia tiene lugar durante los días cuando los judíos estaban en exilio en el Imperio Persa. El rey Asuero (Jerjes), quien reinaba desde la ciudadela de Susa, dio un banquete para todos sus nobles, oficiales y líderes militares. El séptimo día, cuando a causa del vino estaba muy alegre, les mandó a sus sirvientes a traerle delante la reina Vasti para mostrar su belleza al pueblo. Se negó a ir ella, sin embargo, y el rey estaba furioso.
Sus consejeros le recomendaron que tomara acción para que la conducta de la reina no llevara a que las otras mujeres trataran a sus maridos sin respeto. Estuvo de acuerdo y emitió un decreto y mandó a despachadores por todo el reino declarando que a la reina Vasti no se le permitiría entrar en su presencia jamás, y que él le daría su puesto real a otra.
Luego, cuando la ira del rey se había calmado, sus asistentes le propusieron que se hiciera una búsqueda entre todas las hermosas vírgenes del reino para encontrar a una nueva reina. Las jóvenes se llevarían a Susa y se les darían doce meses de tratamientos de belleza. Cuando le tocaba a cada una, se la llevaría delante del rey y no volvería al rey menos que le haya gustado a él y la haya pedido por nombre.
Una de las que se llevaron al palacio del rey era una judía joven llamada Ester que vivía en Susa. Sus padres se habían muerto, y su primo Mardoqueo la había criado como su propia hija. Cuando se la llevó al palacio, de pronto ganó el favor del Jegay que estaba a cargo de las doncellas. Él le proveía tratamientos especiales y comida especial para ella. Ella no reveló su nacionalidad ni su transfondo de familia porque Mardoqueo le había instruído que no lo hiciera. Él se preocupaba mucho por ella y todos los días caminaba de aquí para allá cerca del patio donde ella estaba para saber cómo estaba y que le pasaba a ella.
Ester ganó el favor de todos que la vieran, y cuando le tocó aparecer delante del rey, ganó su favor y aprobación. La hizo reina y dio un gran banquete en su honor y proclamó un día de fiesta por todas las provincias.
Un día al sentarse Mardoqueo en el portón del rey, supo de un complót de dos oficiales del rey quienes planearon asesinar al rey. Se lo reportó a Ester, quien a su vez se lo dijo al rey. Después de una investigación los dos hombres fueron ahorcados, y todo esto fue escrito en los registros del rey.
Después de esta vez, el rey honró a Amán sobre todos los nobles. Los otros oficiales reales en el portón del rey se arrodillaron y honraron a Amán, pero Mardoqueo no lo haría. Esto le enfureció mucho a Amán, y buscó la manera de destruir no solo a Mardoqueo, sino de destruir a todos los judíos por todo el reino.
En la presencia de Amán, un pur, o la suerte, se echó para elegir el día para matar a los judíos. Amán entonces le dijo al rey que los judíos eran distintos de todos los otros y no le obedecían al rey, y que no le convenía al rey tolerarlos. Le alentaron al rey a emitir un decreto para destruir a los judíos, y el rey estaba de acuerdo y el decreto se mandó por todo el reino exigiendo a la gente a «exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos -jóvenes y ancianos, mujeres y niños - y saquear sus bienes en un solo día: el día trece del mes duodécimo» (Ester 3:13).
Como se puede imaginar, esto le causó tremendo pesar a todos los judíos por el imperio. Mardoqueo, cuando supo del decreto, «se rasgó las vestiduras, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad dando gritos de amargura» (4:1). En toda provincia «había gran duelo entre los judíos, con ayuno, llanto y lamentos. Muchos de ellos, vestidos de luto, se tendían sobre la ceniza» (4:3).
Cuando los asistentes de Ester le contaron lo de Mardoqueo, ella estaba muy afligida y le mandó a un asistente a saber que le turbaba a Mardoqueo. Mardoqueo le contó todo lo planeado contra los judíos, le dio una copia del decreto, y le dijo que se lo explicara todo a Ester y «la exhortara a que se presentara ante el rey para implorar clemencia e interceder en favor de su pueblo» (4:8).
Ella le mandó recado de vuelta a Mardoqueo que la ley es que si cualquier hombre o mujer se acercara al rey sin ser convocado a él o a ella se le daría la muerte. La única excepción a esto era que el rey extendiera el cetro dorado a la persona y le perdona la vida. Y hacía treinta días que a ella no la habían llamado para aparecer delante del rey.
Mardoqueo respondió con este mensaje: «... No te imagines que por estar en la casa del rey serás la única que escape con vida de entre todos los judíos. Si ahora te quedas absolutamente callada, de otra parte vendrán el alivio y la liberación para los judíos, pero tú y la familia de tu padre perecerán. ¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como éste!» (4:13-14).
¡Qué tremenda confianza en Dios! Aunque el decreto se emitió contra los judíos, y la situación parecía desesperada, Mardoqueo creía plenamente que el Señor libraría a Su pueblo de esta situación desesperada. Quizás usted ahora mismo está en alguna situación que parece desesperante. Permita inspirarle la confianza de Mardoqueo – ¡la liberación vendrá mientras busque al Señor! Como comparte el apóstol Pedro, «...el Señor sabe librar de la prueba a los que viven como Dios quiere» (2 Pedro 2:9).
Ester tomó a pecho las palabras de Mardoqueo y le mandó esta respuesta: «Ve y reúne a todos los judíos que están en Susa, para que ayunen por mí. Durante tres días no coman ni beban, ni de día ni de noche. Yo, por mi parte, ayunaré con mis doncellas al igual que ustedes. Cuando cumpla con esto, me presentaré ante el rey, por más que vaya en contra de la ley. ¡Y si perezco, que perezca!» (4:16). Qué hermoso cuadro de sacrificio. Ester estaba dispuesta a perder todo, incluso su vida, para el beneficio del pueblo de Dios. Y sabía que la ayuda del Señor era absolutamente necesaria y entonces le pidió al pueblo de Dios que ayunara.
El tercer día, Ester fue al rey, y cuando la vio, le extendió el cetro dorado a ella y le dio la bienvenida. Le preguntó que deseaba y prometió de darle hasta la mitad del reino. Ella le pidió que él, junto con Amán asistiera a un banquete ese día que ella le había preparado para él. Cuando le preguntó a ella en el banquete acerca de su pedido, ella le pidió que viniera a otro banquete el día siguiente, junto con Amán, y le compartiría el pedido.
Amán salió del primer banquete feliz, pero otra vez se llenó de ira cuando vio a Mardoqueo sentado en el portón del rey. Fue a casa y les contó a su familia y a sus amigos del gran favor con los reyes, pero también les contó que no tuvo satisfacción ninguna por lo de Mardoqueo. Por la sugerencia de su esposa y de sus amigos, Amán mandó a construir una horca y determinó pedirle al rey en la mañana que hiciera que ahorcaran a Mordecai en ella.
Aquella noche el rey no pudo dormir y entonces mandó que se los leyera todos los registros de su reino. Cuando escuchó el acontecimiento de Mardoqueo descubriendo el complót de asesinarlo, preguntó que honor había recibido Mardoqueo, y supo que nada se había hecho para él. Para esta hora, Amán había llegado para hablarle al rey sobre ahorcar a Mardoqueo, pero antes de poder hacer su pedido, el rey le preguntó a Amán que se debía hacer para un hombre quien le da gusto al rey honrar. Amán creía que el rey lo tenía en mente a él mismo, y entonces contestó, «Para el hombre a quien el rey desea honrar, que se mande traer una vestidura real que el rey haya usado, y un caballo en el que haya montado y que lleve en la cabeza un adorno real. La vestidura y el caballo deberán entregarse a uno de los funcionarios más ilustres del rey, para que vista al hombre a quien el rey desea honrar, y que lo pasee a caballo por las calles de la ciudad, proclamando a su paso: "¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar!"» (6:7-9).
El rey recibió la idea con gusto y le mandó a Amán que fuera enseguida y que hiciera exactamente como había sugerido para Mardoqueo el judío. Amán, seguramente traumatizado con el paso de hechos, hizo tal como le había mandado el rey. Después, se apuró a casa con pesar y les contó a su esposa y a sus amigos todos que le había acontecido. Se dieron cuenta de la gran consecuencia de la situación y de que él terminaría en la ruina. Los asistentes del rey llegaron entonces y llevaron con apuro a Amán al banquete que Ester había preparado.
Mientras comían el rey y Amán con la reina Ester, el rey le preguntó por su pedido. Ella contestó, «Si me he ganado el favor de Su Majestad, y si le parece bien, mi deseo es que me conceda la vida. Mi petición es que se compadezca de mi pueblo. Porque a mí y a mi pueblo se nos ha vendido para exterminio, muerte y aniquilación…» (7:3-4). Cuando el rey le preguntó quién era el hombre que pensaba hacer tal cosa, ella contestó, «El adversario y enemigo es este miserable de Amán» (7:6).
El rey se enfureció y salió al jardín del palacio. Amán se horrorizó y comenzó a rogarle a Ester por su vida. El rey regresó y vio a Amán cayendo del diván donde se reclinaba Ester. Esto le enfureció aun más y mandó que a Amán se le ahorcara en la horca que Amán había construido para Mardoqueo.
Ester luego le rogó al rey que pusiera fin al plan malvado que Amán había trazado contra los judíos. Aunque el rey no pudo revocar un documento escrito en su nombre y sellado con su anillo, él permitió que se escribiera un nuevo decreto otorgando a los judíos el derecho de congregarse y de protegerse contra cualquiera que los atacara. Cuando llegó el día trece del mes duodécimo, los judíos no fueron destruidos, sino que triunfaron sobre sus enemigos.
Mardoqueo les instruyó a los judíos por el reino a «celebrar cada año los días catorce y quince del mes de adar como el tiempo en que los judíos se libraron de sus enemigos, y como el mes en que su aflicción se convirtió en alegría, y su dolor en día de fiesta...» (9:21-22). Los judíos hoy siguen celebrando estos días como el festival de Purim (de la palabra hebrea para «suertes»).
Una observación hecha frecuentamente sobre el libro de Ester es que nunca se menciona el nombre de Dios en el libro. Y sin embargo, no hay duda que Él está a la obra. Por ejemplo, solamente Él podría trazar la secuencia y la hora de los eventos que llevaron a una muchacha huérfana a ser reina de Persa «precisamente para un momento como éste» para llevar la liberación al pueblo de Dios. Y considere la sincronización asombrosa de la noche inquieta del rey, la lectura de la intervención de Mardoqueo en el complot de asesinar, y la decisión del rey de honrarlo justo cuando Amán estaba preparado para pedir permiso para ahorcarlo. Dios con seguridad estaba a la obra detrás del escenario aunque no se menciona Su nombre.
Tal vez, usted está pasando por un tiempo inestable y piensa donde estará el Señor. Si es así, la historia de Ester es un recordatorio que Dios obra, aun cuando está detrás del escenario, para entretejer todas las piezas de su vida juntas de tal modo que sean exactas y dentro del tiempo justo para prepararle a usted a lograr Sus propósitos. A medida que confía en Él, Él siempre se comprobará ser fiel para bendecirle y para bendecirles a otros por medio de usted. Puede saber con seguridad absoluta que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Rom. 8:28).