El Señor Es Bueno
Por Rich Carmicheal
«Den gracias al Señor Todopoderoso, porque el Señor es bueno; Su amor es eterno» (Jeremiah 33:11).
Al leer el libro de Jeremías, descubrirás que es con buena razón que Jeremías se conoce como «el profeta lloroso.» Por el juicio que ya le había caído en parte sobre el pueblo de Dios, y el juicio mayor de 70 años de cautiverio en Babilonia que por seguro estaba por venir sobre ellos, Jeremías se llenó de dolor profundo: «...mi corazón desfallece...por la herida de mi pueblo estoy herido; estoy de luto, el terror se apoderó de mí. ¿No queda bálsamo en Galaad? ¿No queda allí médico alguno? ¿Por qué no se ha restaurado la salud de mi pueblo? ¡Ojalá mi cabeza fuera un manantial, y mis ojos una fuente de lágrimas, para llorar de día y de noche por los muertos de mi pueblo!» (Jer. 8:18 – 9:1).
Y aún, en medio del gran dolor, Jeremías declara, «Den gracias al Señor Todopoderoso, porque el Señor es bueno; Su amor es eterno» (Jeremiah 33:11).
Uno posiblemente no esperaría tal llamada a dar gracias por la bondad del Señor, dada la condición lamentable de Su pueblo en el día de Jeremías y Su sentencia de juicio sobre ellos. Su relación con Él de verdad parecía rota y su situación sin esperanza alguna. «Así dice el Señor: Tu herida es incurable, tu llaga no tiene remedio. No hay quien defienda tu causa; no hay remedio para tu mal ni sanidad para tu enfermedad...Por causa de tu enorme iniquidad y por tus muchos pecados, te he golpeado, te he corregido, como lo haría un adversario cruel» (30:12-14).
Sin duda su culpabilidad fue grande y sus pecados numerosos y terribles. Le habían dado la espalda al Señor y habían comenzado a hacer toda la maldad que podían (3:5; 5:28), y hasta se les olvidó saber hacer lo bueno (4:22). Se les perdió toda vergüenza y se les olvidó ruborizarse (6:15). La verdad se había perdido (7:28) y la decepción corrió (9:4-6). La gente se había vuelto en insensatos, sin sentido ni entendimiento (4:22), y eran rebeldes (2:8) y sin arrepentirse (8:6). Robaron, mataron, cometieron adulterio, juraron falsamente (7:9) y se hicieron codiciosos para la ganancia (6:13). Oprimieron al extranjero, a los sin padre, a la viuda y a los pobres, y llenaron la tierra con sangre inocente (2:34; 5:28; 7:5-6; 19:4). Edificaron lugares altos para quemar a sus hijos en el fuego (7:31). El Señor describió a Jerusalén como una ciudad en la que «no hay más que opresión. Como agua que brota de un pozo, así brota de Jerusalén la maldad. En ella se oye la violencia y la destrucción...» (6:6-7). Su conducto era horrible, repugnante y aborrecible (8:12; 13:27; 18:13), e iban «de mal en peor» (9:3).
Aunque sus pecados eran numerosos, el problema mayor subyacente era que ellos habían abandonado al Señor y se habían fijado en ídolos sin valor y los dioses extranjeros. Aunque el Señor les había sido como un marido fiel, eran infieles con Él y cometieron adulterio espiritual, profanándose como una «prostituta con muchos amantes» (3:1). «Pero tú, pueblo de Israel, me has sido infiel como una mujer infiel a su esposo» (3:20). Le dieron la espalda a Él (2:27), y rechazaron Su palabra y Sus caminos. Los profetas y los sacerdotes trataron de fingir que la situación no fuera tan despreciable. «Curan por encima la herida de mi pueblo» (6:14). Pero el Señor, que busca y conoce las acciones y los corazones de los hombres, sabía cual era la profundidad de su pecado.
Su rechazo de Él y de Sus caminos, junto con su amor para otros dioses y su revolcamiento entre la maldad, lo provocó y le hizo despertar Su enojo y Su ira (32:30-32). Como respuesta, Él les advirtió del juicio venidero: «Voy a traer contra ustedes una nación lejana...Todos ellos son guerreros valientes; sus flechas presagian la muerte. Acabarán con tu cosecha y tu alimento, devorarán a tus hijos e hijas, matarán a tus rebaños y ganados, y destruirán tus viñas y tus higueras. Tus ciudades fortificadas, en las que pusiste tu confianza, serán pasadas a filo de espada» (5:15-17). El juicio vino de verdad al marchar el ejército entero de Babilonia contra Jerusalén, al destruirlo, y al llevar al pueblo de Dios al exilio (39:1-9).
¿Cómo, en medio de tal pecado y juicio, podía proclamar Jeremías, «Den gracias al Señor Todopoderoso, porque el Señor es bueno; Su amor es eterno» (Jeremías 33:11)?
La respuesta está en la naturaleza y el carácter de Dios. Aunque Jeremías nos da muchas descripciones de cuán patética puede ser la condición del pueblo de Dios, también nos da muchos recordatorios de cuán maravilloso es el Señor. No importa cuán pecador sea Su pueblo, y no importa cuán oscuro sea la hora, el Señor siempre es bueno, y Su amor y Su misericordia son eternos. Considera apenas unas pocas verdades sobre la bondad y el amor del Señor que están entretejidos por todo el mensaje de Jeremías:
1. El Señor no está ansioso de mandar juicio, pero lo manda solamente como último recurso; y aún entonces es para redimir. Aunque el Señor es el Juez Virtuoso que tiene cada derecho de juzgar a Su pueblo por cualquier y todo pecado, Él no está ansioso de juzgar y castigar. En el día de Jeremías, el Señor mandó juicio solamente porque su pecado no le dejó otra opción: «Tu conducta y tus acciones te han causado todo esto» (4:18). «Tu maldad te castigará, tu infidelidad te recriminará. Ponte a pensar cuán malo y amargo es abandonar al Señor tu Dios y no sentir temor de mí...» (2:19). Al considerer el Señor lo profundo de su pecado, no le quedó otra opción: «¿Y no los he de castigar por esto?» (5:29).
La paciencia del Señor se muestra a través de la manera de que Él advierte a Su pueblo una vez tras otra antes de mandar el juicio, esperando que se arrepientan y eviten la necesidad del juicio. «Desde el día en que sus antepasados salieron de Egipto hasta ahora, no he dejado de enviarles, día tras día, a mis servidores los profetas» (7:25). El Señor levantó a Jeremías para servir como uno de estos profetas, advirtiendo al pueblo de Dios y llamándoles al arrepentimiento. El Señor le dijo que le dijera a toda la gente «...todas las palabras que yo te ordene...No omitas ni una sola palabra. Tal vez te hagan caso y se conviertan de su mal camino. Si lo hacen, me arrepentiré del mal que pensaba hacerles por causa de sus malas acciones» (26:2-3). El Señor le dio a Su pueblo muchos años para arrepentirse cuando escuchaban la predicación de Jeremías: «¡y conste que ya han pasado veintitrés años!, el Señor me ha dirigido su palabra, y yo les he hablado en repetidas ocasiones, pero ustedes no me han hecho caso» (25:3). El Señor se entristeció que «...aunque una y otra vez les enseñaba, no escuchaban ni aceptaban corrección» (32:33). Él hace todo que puede para no mandar juicio. Es solo cuando Su pueblo se niega a escuchar Sus advertencias repetidas y Sus llamadas al arrepentimiento que viene el juicio eventualmente.
Y aún entonces, el Señor no está ansioso de destruir a Su pueblo, pero Él obra por medio del juicio para restaurar a Su pueblo a la vida espiritual: «¡Ay! Será un día terrible, un día que no tiene parangón. Será un tiempo de angustia para Jacob, pero será librado de ella. En aquel día afirma el Señor Todopoderoso, quebraré el yugo que mi pueblo lleva sobre el cuello, romperé sus ataduras, y ya no serán esclavos de extranjeros. Servirán al Señor, su Dios, y a David, a quien pondré como su rey. No temas, Jacob, siervo mío; no te asustes, Israel afirma el Señor. A ti, Jacob, te libraré de ese país lejano...» (30:7-11).
2. El Señor está ansioso para perdonar. Aunque Su pueblo pueda resistir y rebelarse, el Señor anhela perdonar. «"¡Vuelve, apostata Israel!" afirma el Señor, "No te miraré con ira," afirma el Señor. "No te guardaré rencor para siempre, porque soy misericordioso," afirma el Señor» (3:12). Aún antes de mandar a Su pueblo al cautiverio, el Señor esperaba el día en que Él les pudiera extender el perdón: «... los sanaré y haré que disfruten de abundante paz y seguridad. Cambiaré la suerte de Judá y de Israel, y los reconstruiré como al principio. Los purificaré de todas las iniquidades que cometieron contra mí; les perdonaré todos los pecados con que se rebelaron contra mí» (33:6-8).
Un imagen del deseo del Señor de perdonar para evitar el juicio se ve en esta palabra a Jeremías: «Recorran las calles de Jerusalén, observen con cuidado, busquen por las plazas. Si encuentran una sola persona que practique la justicia y busque la verdad, yo perdonaré a esta ciudad» (5:1). Aunque el punto principal del Señor haya sido que todos fueran corruptos, Él también revela Su deseo de perdonar y dejar tranquila la ciudad. En el caso de Abrahám, cuando pedía de parte de Sodóm, tenía la fortitud para pedirle al Señor que dejar tranquila la ciudad si se pudiera encontrar a diez personas justas. En el caso de Jeremías, el Señor estaba deseoso de perdonar y dejar tranquila la ciudad por sóla una persona justa.
El Señor también, en medio del gran pecado de la gente, esperaba el día en que Él mandara a Su Hijo para salvar a Su pueblo de sus pecados: «...haré surgir un vástago justo; él reinará con sabiduría en el país, y practicará el derecho y la justicia. En esos días Judá será salvada, Israel morará seguro. Y éste es el nombre que se le dará: El Señor es nuestra salvación» (23:5-6). Ya en el tiempo de Jeremías, el Señor tenía en mente el nuevo pacto que vendría por medio de la sangre de Cristo: «Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel afirma el Señor: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo...todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán afirma el Señor. Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados» (31:33-34).
3. El Señor nos da esperanza y la promesa de un futuro glorioso. En un instante, Jeremías mandó una carta a los exiliados la cual incluyó un mensaje del Señor: «Cuando a Babilonia se le hayan cumplido los setenta años, yo los visitaré; y haré honor a mi promesa en favor de ustedes, y los haré volver a este lugar. Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes...planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (29:10-13). ¡Qué Dios tan maravilloso tenemos! Aún cuando nos encontremos en medio del juicio y el cautiverio por culpa del pecado, el Señor tiene planes para hacernos prosperar, para darnos una esperanza y un futuro, y para restaurar nuestra relación con Él. Guarda en tu corazón estos pasajes adicionales que revelan las cosas maravillosas que el Señor tiene en mente para nuestro futuro, no importa cuán tenebroso parezca el presente:
«Daré de beber a los sedientos y saciaré a los que estén agotados» (31:25); «Después que los haya desarraigado, volveré a tener compasión de ellos, y los haré regresar, cada uno a su heredad...» (12:15); «Los miraré favorablemente, y los haré volver a este país. Los edificaré...Les daré un corazón que me conozca...» (24:6-7); «...Convertiré su duelo en gozo, y los consolaré» (31:13); «Los guiaré a corrientes de agua por un camino llano en el que no tropezarán...» (31:9). Por todo que el Señor nos tiene en mente para nosotros, Él ofrece esta aseguranza: «Se vislumbra esperanza en tu futuro» (31:17).
Uno de los imágenes que nos da el Señor de la esperanza de la restauración es Su instrucción a Jeremías para comprar un campo antes de entrar la gente en el exilio. Éste era un momento demasiado inapropriado para comprar propiedad, y el Señor utilizó este hecho para simbolizar la verdad de que un día la duración del exilio terminaría, la gente volvería, y «De nuevo volverán a comprarse casas, campos y viñedos en esta tierra» (32:15). ¡En el Señor siempre tenemos la esperanza y un futuro!
4. El Señor puede hacer cosas maravillosas para Su pueblo, cosas que parecen imposibles. En cierto instante el Señor describe cuán desesperada e imposible era la situación para Su pueblo: «Tu herida es incurable,tu llaga no tiene remedio...» (30:12). Pero sigue diciendo, «Pero yo te restauraré y sanaré tus heridas» (30:17). ¡Lo que es imposible desde la perspective del hombre, es possible para el Señor! Jeremías ofrece esta erupción de alabanza para el poder del Señor: «¡Ah, Señor mi Dios! Tú, con tu gran fuerza y tu brazo poderoso, has hecho los cielos y la tierra. Para ti no hay nada imposible... ¡Oh Dios grande y fuerte, tu nombre es el Señor Todopoderoso! Tus proyectos son grandiosos, y magníficas tus obras...» (32:17-19). Él «...hizo la tierra con su poder, afirmó el mundo con su sabiduría,¡extendió los cielos con su inteligencia! Cuando él deja oír su voz, rugen las aguas en los cielos; hace que vengan las nubes desde los confines de la tierra. Entre relámpagos hace llover, y saca de sus depósitos al viento» (10:12-13). Como declara el Señor mismo, «Yo soy el Señor, Dios de toda la humanidad. ¿Hay algo imposible para mí?» (32:27).
5. El amor del Señor es maravilloso, inmenso y eterno. Él es fiel a Su pueblo para siempre. El Señor comparte estas palabras bellas con Su pueblo, «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad» (31:3). Hace referencia al orden fijado del sol, la luna y las estrellas para ilustrar cuánto está fijado Su corazón sobre Su pueblo: «...el Señor, cuyo nombre es el Señor Todopoderoso, quien estableció el sol para alumbrar el día, y la luna y las estrellas para alumbrar la noche, y agita el mar para que rujan sus olas: Si alguna vez fallaran estas leyes afirma el Señor, entonces la descendencia de Israel ya nunca más sería mi nación especial» (31:35-36). También apunta a la inmensidad del universo como comparación con Su amor para Su pueblo, aún en su pecado: «Si se pudieran medir los cielos en lo alto, y en lo bajo explorar los cimientos de la tierra, entonces yo rechazaría a la descendencia de Israel por todo lo que ha hecho» (31:37).
6. El Señor es bueno. No importa el extento de maldad a lo que llegue la gente, el Señor es bueno para siempre. Aún en el medio de Su enojo e ira, Él finalmente busca nuestro bien y desea compartir Su Corazon entero con nosotros. Considera esta promesa maravillosa que bellamente ilustra cómo el Señor desea derramar Su bondad sobre nosotros: «Voy a reunirlos de todos los países adonde en mi ira, furor y terrible enojo los dispersé, y los haré volver a este lugar para que vivan seguros. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré que haya coherencia entre su pensamiento y su conducta, a fin de que siempre me teman, para su propio bien y el de sus hijos. Haré con ellos un pacto eterno: Nunca dejaré de estar con ellos para mostrarles mi favor; pondré mi temor en sus corazones, y así no se apartarán de mí. Me regocijaré en favorecerlos, y con todo mi corazón y con toda mi alma...» (32:37-41). Al Señor le encanta compartir su bondad: «...soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, con derecho y justicia, pues es lo que a mí me agrada» (9:24).
Nuestro Dios es un Dios santo cuya Palabra es verdadera y cuyos caminos son buenos. Él está deseoso de perdonarnos, de darnos la esperanza y un futuro, de demostrar Su poder fuerte en nuestras vidas, de revelarnos Su amor profundo, y de mostrarnos Su bondad. ¿Por qué? ¿Porque lo merecemos? No. Pero porque esta es la naturaleza misma y el corazón de quién es Él. Él es «la fuente del agua viva» (2:13). No es de maravillar cuando Jeremías podría decir: «Den gracias al Señor Todopoderoso, porque el Señor es bueno; Su amor es eterno.»
Volvamos nuestros corazones hacia Él. Busquemos Su bondad, Su perdón, Sus propósitos, Su poder y Su vida. «Señor, volvamos nuestros corazones hacia ti. Mándanos el avivamiento que nos hace falta desesperadamente.»