«Dedicado a fortificar y animar al Cuerpo de Cristo.»

Cuando El Fuego Cayó

    T. DeWitt Talmage relata en uno de sus escritos: "En el invierno de 1875 nos encontrábamos en un tiempo de adoración en La academia de música de Brooklyn. Se reunía bastante gente, pero lo que más me impresionaba era el número tan pequeño de convertidos.

    "En un día martes, invité a mi casa a cinco hombres cristianos consagrados. Les hablé diciendo que les había llamado para una oración especial, explicándoles que sin ésta, sería imposible lograr un verdadero avivamiento. Así que, aquella reunión de oración dio comienzo, y era un verdadero clamor hacia Dios. Les había pedido que mantuvieran aquella reunión en secreto, y ellos estuvieron de acuerdo.

    "El siguiente viernes por la noche tuvimos la reunión acostumbrada. Nadie supo lo que había acontecido el martes en la noche; sin embargo, la reunión fue muy concurrida por la muchedumbre. Los hombres que estaban acostumbrados a orar guardando una gran compostura, ahora se dejaban llenar de emoción. Pues todos oraban con lágrimas.

    "Hubo suspiros y un silencio de tal solemnidad que los allí presentes se maravillaron. Al llegar el siguiente domingo, y aunque se encontraban en un recinto secular, más de cuatrocientos hombres se levantaron en oración, dando lugar a un gran despertamiento espiritual que hizo memorable aquel invierno".

    Una vez el Dr. J. Wilbur Chapman se encontraba predicando en Hereford, Inglaterra. Durante muchos días no se sentía el poder de convicción en cuanto al pecado.

    "Pero cuando llegó John Hyde a aquel lugar, Dios llegó también a aquella ciudad", así lo expresó Wilbur Chapman.

    Cuando Chapman hizo el llamamiento en aquella primera noche después del arribo de Hyde a aquella ciudad, cincuenta hombres aceptaron a Cristo como su Salvador. Chapman rogaba a Hyde: "Ora por mí".

    En seguida estos dos hombres entraron a un cuarto. Hyde cerró la puerta con llave, y dirigió su rostro hacia Dios, y abrió las fuentes de su gran corazón. Luego Chapman relata:

    "Sentí ardientes lágrimas resbalar por mis mejillas. Supe que estaba frente a Dios. Con el rostro hacia arriba y lleno de lágrimas, John Hyde pronunció dos palabras: ‘¡Oh! ¡Dios!’

    "Por lo menos pasaron cinco minutos más durante el cual él no movió, y luego cuando se dio cuenta que estaba hablando con Dios, sentí su brazo sobre mis hombros. Y de lo más profundo de su corazón salían peticiones por los hombres, que nunca había oído jamás. Cuando me incorporé, me dí cuenta lo que era una verdadera oración".

    Charles G. Finney fue a la ciudad de Bolton a predicar, pero antes de comenzar, dos hombres tocaban a la puerta de la casa de una pobre viuda pidiéndole hospedaje. La mujer los miró con asombro, puesto que no había lugar para más personas en la casita.

    Después de discutirlo por unos momentos, los dos hombres, llamados los padres Nash y Clery, alquilaron aquel sótano oscuro y sucio por tan sólo veinticinco centavos diarios durante todo el período que duraron los servicios de Finney en el pueblo. Fue allí en aquel lugar oscuro, que aquellos dos hombres de oración lucharon contra las fuerzas de las tinieblas.

    Con el debido reconocimiento al Sr. Finney por todo lo logrado, fue sin embargo la oración de estos dos hombres lo que hizo posible el éxito alcanzado. Las lágrimas que derramaron, los gemidos que salían de sus corazones, todo ello está escrito en el libro de las crónicas de las cosas de Dios.

    – Autor desconocido.