Entrega Completa
Por James H. McConkey
"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Romanos 12:1).
Los hombres parecen pensar que cuando Dios les pide la vida, Él quiere robarla y hacerla una vida dura, austera y triste. Nunca ha habido un error más grande. Dios quiere su vida para llenarla, enriquecerla y ungirla, y entonces devolvérsela como una responsabilidad sagrada.
En mi juventud, me asocié con un amigo en el negocio de vender al por mayor del hielo. Ambos estábamos jóvenes, e invertimos todo nuestro capital, y más, en el negocio. Por dos estaciones sucesivas nuestro hielo se derritió por deshielos invernales, y las cosas estaban graves.
Me pareció muy necesario que tuviéramos hielo en el invierno particular del cual estoy hablando. El tiempo se puso muy frío. Se formó el hielo, alcanzando todavía más y más espesor, hasta estar disponible para recogerlo. Recuerdo el gozo que experimentamos cierta tarde cuando recibimos un pedido por miles de toneladas de hielo, lo cual solucionaría nuestro problema financiero.
Poco tiempo antes de esto, Dios me había enseñado la verdad del compromiso. Me mostró que era su voluntad lo de comprometerle a Él mi negocio, y confiarlo absolutamente a Él. Lo mejor que entendí, lo hice. Nunca imaginé la prueba que venía. Me acosté aquel sábado en quietud, pero por la medianoche vino un sonido siniestro de lluvia. Llegó la mañana, llovía a cántaros.
La prueba de nuestra fe es mucho más preciosa que el oro
Miré el río desde la casa en la ladera. Líneas amarillas de agua avanzaban sobre el hielo, y yo sabía lo que ello significaba. Para el mediodía, la tempestad se enfurecía con violencia, y para la tarde, llegué a una gran crisis espiritual de mi vida.
Quizá le parezca cosa rara el entrar una crisis espiritual sobre un asunto que parece estar insignificante. Pero he aprendido que aunque el asunto no parece ser muy importante, la crisis que rodea aquel asunto puede ser muy profunda y de mucho alcance en nuestra vida, y así era conmigo.
Hacia la media tarde aquel día, me enfrenté el hecho tremendo de que en lo más profundo de mi corazón había un espíritu de rebelión contra Dios. Esa rebelión hacía surgir una sugerencia en mi corazón, como ésta:
"Tú diste todo a Dios. Tú dices que vas a confiar a Dios tu negocio, y ésta es la manera en que Él trata contigo. Para mañana sufrirás una gran pérdida económica".
Al pensamiento de que Dios me quitaría el negocio, nació un rencor en mi corazón, porque yo quería el negocio solamente por razones justas. Luego parecía que otra voz me habló:
"Mi hijo, ¿me hablaste en serio cuando dijiste que confiarías en Mí? ¿No puedes fiarte de mí tanto en la oscuridad como en la luz? ¿Haría yo algo, o permitiría entrar en tu vida cualquier cosa que no te haría bien?"
"Pero es duro", vino la otra voz. "¿Por qué Dios no protege tu hielo? ¿Por qué te quita tu negocio de hielo cuando es un negocio decente y recto, y tú quieres desarrollarlo honestamente?"
Por un momento no identifiqué el silbido de serpiente en esa frase, "Por qué?" De acá para allá, con una intensidad que seguía aumentándose, se libró una de las batallas más grandes de mi vida espiritual.
Después de dos horas, por la gracia de Dios, pude gritar:
"¡Toma el negocio; toma el hielo, toma todo, sólo que dame la bendición suprema de una voluntad absolutamente rendida a Ti!
Luego vino la paz. La tempestad todavía azotaba la tierra y el hielo, pero ya no me importaba si llovió o si dejó de llover. Esa noche me acosté en perfecta paz, mientras la lluvia golpeaba sobre mi yacimiento de hielo. Parecía que en la mañana todo mi negocio estaría arruinado.
¡Pero no fue así!
Como a la medianoche vino otro sonido: era un ventarrón. Por la mañana teníamos la ventisca más severa de todo el año. Llegó la noche, el mercurio en el termómetro había bajado a cero, y en pocos días cosechábamos hielo de alta dureza.
Dios no quería mi hielo, pero sí quería mi voluntad rendida a Él, y una confianza absoluta en Él.
Al arreglar todo eso, me devolvió el hielo, bendijo el negocio, y después me condujo fuera del negocio hasta el lugar en el cual me quería desde el principio – el de un preceptor de su Palabra.