«Dedicado a fortificar y animar al Cuerpo de Cristo.»

Cómo Permanecer En Cristo

Por Harriet Beecher Stowe

    El mismo tipo usado por Cristo, ilustra esta idea: "Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Juan 15:4). ¿Cómo lleva fruto el pámpano? No por fuerza incesante para ganar el aire fresco y la luz del sol; no por luchar vanamente por esas influencias vivificantes que dan la belleza a la flor y el verdor a la hoja. Sencillamente permanece en la vid en una unión tranquila de paz, y las flores y la fruta aparecen como resultado del crecimiento espontáneo.

    ¿Cómo, entonces, va un cristiano a llevar fruto? ¿Por los esfuerzos y luchas para obtener lo que se da libremente? ¿Por meditaciones sobre la vigilancia, la oración, la acción, la tentación y los peligros? ¡No! Debe haber una consagración plena de los pensamientos y los afectos en Cristo, una entrega completa a Él de todo el ser, mirarlo a Él continuamente buscando la gracia.

    Los cristianos en quienes están fijadas firmemente estas disposiciones de una vez para siempre, viven con la calma de un bebé dormido en los brazos de su madre. Cristo les recuerda cada deber en su tiempo y en su lugar, les reprende cada error, los consuela en cada dificultad, y los anima para cada actividad necesaria. Tanto en los asuntos espirituales como en los temporales, no se preocu-pan por el mañana, porque saben que Cristo será asequible mañana tanto como hoy, y que el pasar del tiempo no impone ninguna barrera a su amor. Su esperanza y confianza descansan solamente en lo que Él quiere y puede hacer por ellos, y no en lo que ellos mismos suponen que pueden y quieren hacer por Él. Su victoria para cada tentación y tristeza, se encuentra en la entrega completa, muchas veces repetida, del todo de su ser a Él, semejante al bebé que encuentra en los brazos de su madre el refugio seguro para todos los problemas.

    Algunos quizá digan: —De verdad, esto es un estado de sentimiento muy precioso, pero ¿cómo podremos alcanzarlo? ¿Cómo debemos comenzar?

    Contestamos, que es justo en la misma manera en que un pecador comience la vida cristiana: viniendo al Salvador y entregándole plena, libre y sinceramente su ser entero —espíritu, alma y cuerpo— estando totalmente resuelto a que en el futuro seguirá dejando su todo a la dirección del Redentor. Y habiendo hecho esta entrega general, es necesario particularizarla con referencia a cada circunstancia diaria.

    Imaginemos un día basado en este principio. Te despiertas por la mañana y te encomiendas al cuidado de Cristo para el resto del día. La primera tentación que te acosa puede llevarte a perder el tiempo. Dile de prisa: —Señor, ayúdame en este caso particular—. La próxima puede ser una tentación a la irritación. Échate de nuevo sobre Cristo para esto. Pocas horas después, puedes ser tentado a difamar a algún vecino. Échate sobre Jesús. Quizás al poco tiempo te olvides y digas algo con impaciencia o imprudencia. Vuélvete instantáneamente hacia Cristo, confiesa tu pecado y pide más ayuda. Si te encuentras en medio de dificultades y tentaciones insólitas, y en peligro de olvidar, aunque sea por unos momentos, de qué espíritu eres, pide la ayuda de Jesús.

    La práctica de tener un tiempo de oración al mediodía es de mucha importancia; pero el cristiano que quiera vivir según la dirección de Cristo, debe guardarse de permitir que esa práctica sustituya a la búsqueda frecuente de Jesús para recibir su ayuda en el momento, como ya hemos mencionado antes. En la mañana y en la noche el chiquito está con su madre en un abrazo tierno y prolongado. Escucha con embeleso las expresiones de su afecto, y con mucho gusto promete obedecerla. Pero en tiempos de dificultad o peligro, corre por instinto hacia los mismos brazos protectores, sin reflexionar sobre la dimensión del problema.

    Una regla de gran importancia para los que quisieran vivir esta vida, es la siguiente: Cuando sea asunto de tus pecados, tus problemas y tus tentaciones, no hagas distinción entre cosas grandes o pequeñas.

    No olvides que no hay nada que tenga que ver con tu mejoramiento y progreso espiritual, que sea insignificante ante la estima de Cristo. Es un hecho establecido que los cristianos se ven impedidos en su progreso por cosas pequeñas más que por las grandes, porque en las grandes ellos buscan la fuerza de Cristo, mientras que en las pequeñas, siguen sus propias inclinaciones.

    Pero si los pequeños accidentes que suceden a diario, los enojos insignificantes a los cuales todos estamos sujetos, son suficientes para agitar el mal genio y estimular un espíritu no cristiano, para ti son asuntos muy serios y de esa manera debes considerarlos. Pero tampoco debes estimarlos más importantes de lo que son. Pues, debes en todo referírselos a Él con la misma libertad que tienes cuando le buscas para los asuntos que se denominan serios.

    Si te das cuenta de defectos peculiares y fastidiosos, familiarízate con los incidentes en la vida de Jesús que se refieren al mismo problema. Si estás irritable, examina esos incidentes que muestran su paciencia inagotable; si tienes orgullo, los que demuestran su humildad; si eres mundano, los que exhiben su espiritualidad; si eres negligente y descuidado en los negocios, los que indican su celo y actividad incesantes. Estúdialos, compréndelos y apréndelos de memoria, y luego ruégale que te infunda el mismo espíritu.

    También vale la pena llenar la memoria de himnos sagrados que hablan del carácter del Salvador, o que imploran su ayuda divina. Entonces las palabras dulces pueden presentársete en las horas de tentación como mensajes tiernos del Señor.

    Que lo que he escrito te sirva como consejos generales, sabiendo que el único maestro de la verdadera vida de fe, es Cristo. Entra en su presencia y pídele que te dirija. Cristo quiere hacerte tan manso, tan paciente, tan hermoso como Él. Si lo deseas de todo corazón, más que todo lo demás, si consientes en abandonarlo todo al preferirlo, Él te explicará prácticamente lo que significa "permaneced en mí, y yo en vosotros" (Juan 15:4).

    Entonces tu carrera cristiana estará llena de amor y gozo, como el vuelo libre de un pájaro, en lugar de la lucha de un cautivo. Correrás con paciencia la carrera que tienes por delante (Hebreos 12:1), y sabrás por la bendita experiencia, que "…el gozo de Jehová es vuestra fuerza" (Nehemías 8:10).