"Menospreció Su Vida Hasta La Muerte"
(Lea Apocalipsis 12:9-11)
Fue salvo a la edad de 16 años, y a los seis meses se enlistó en una tripulación de doce miembros en un velero. Él era el único cristiano a bordo del barco, y previamente había prometido a su madre que oraría tres veces por día a las mismas horas que ella oraba.
Para llevar a cabo esa promesa, se iba a abajo y, creyendo que no oraba de modo satisfactorio a menos que fuera audible, siempre lo hizo en voz alta. Esto resultó en una persecución terrible de parte de los otros marineros.
Ellos trataron de persuadirle para que dejara de orar, pero no lo hizo. Cantaban y bailaban por todas partes a su alrededor durante sus oraciones, pero él seguía orando. Le lanzaban pedazos de madera lastimándolo, y le vaciaban encima baldes de agua, pero no podían apagar el fuego en su alma.
Luego lo ataron al mastil y le dieron treintainueve azotes en la espalda, de los cuales todavía lleva las señales. Pero seguía orando.
Por último, le ataron por debajo de los brazos y lo echaron al agua. Nadaba lo mejor que podía, y cuando trataba de agarrar el costado del buque para trepar a la cubierta, lo empujaban con un palo largo.
Al final se consumió su fortaleza, y suponiendo que realmente intentaban matarle, lo intentó una vez más, oró para que Dios los perdonara, y les gritó a los marineros:
—Envíen mi cuerpo a mi madre, y diganle que morí por Jesús.
Luego se hundió bajo las aguas, ahogado; pero lo sacaron a cubierta, y después de un tiempo de resucitación, volvió en sí.
Entonces la convicción comenzó a obrar en esos marineros, y antes del anochecer, dos de ellos entregaron sus vidas a Cristo. Mientras oraban abajo con el joven mártir, los otros pensaban que seguían con sus persecuciones y les pidieron que desistieran, diciéndoles que ya habían molestado bastante al muchacho.
En una semana, todos abordo del buque, incluso el capitán, dedicaron sus vidas al Señor, y el joven celebró una reunión cada domingo en el barco.
Al poco tiempo, el buque junto con casi otros trescientos, se refugió en un puerto cercano para protección contra una borrasca que se acercaba. Y mientras esperaban que pasara la tempestad, el capitán dio la noticia a los otros buques de que el domingo a las diez, se celebraría una reunión en su propio buque, donde un joven recontaría sus experiencias de persecución y casi muerte por la causa de Jesucristo.
Mientras el joven preparaba un mensaje como de costumbre, la gente comenzaba a juntarse. Se llenó la cubierta, subieron el aparejo, ocuparon todo espacio posible y, también se sentaron en lanchas a los lados del buque.
Cuando el joven predicador salió a cubierta, ésta fue la escena que se encontró. La tripulación lo rodeaba, ellos cantaron, él oró, y luego anunció su texto: "Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lucas 13:3).
El Espíritu Santo comenzó a obrar, y después del mensaje, se dio la invitación para todos los que querían que alguien orara por ellos. De todas direcciones se acercaron los que deseaban oración y, por la gracia de Dios, cerca de cien almas fueron salvas esa tarde.
Y no cesó allí, porque mientras los buques esperaban en el puerto, se acercaban; y los que iban a bordo nos contaban siempre de los recién convertidos. Insistieron que izáramos nuestra bandera en el mástil, para distinguirnos de los otros barcos. Y de esta manera nos llegaron las noticias de las muchas personas que se estaban salvando. Y así continuó durante varias semanas.
En la experiencia de este joven, tenemos una ilustración de la manera en que el Espíritu Santo puede obrar en el poder convencedor, por medio de los que están totalmente sometidos a Dios, los que "menosprecian sus vidas hasta la muerte".
No todos podemos ser grandes predicadores, pero podemos hacer algunas pequeñas cosas por nuestro Maestro (Isaías 60:22); también podemos ofrecer la Palabra de Dios en forma de tratados.
¡Que nuestro Dios convenza poderosamente a sus santos por todas partes, para hacer lo que puedan! El tiempo es corto y los días malos. Las huestes de Satanás están muy activas llenando la tierra con lo que guía a las almas hacia la perdición. "No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos" (Gálatas 6:9).
– Seleccionado.