La Intensidad De Cristo
Con fervor y pasión santa, Cristo añora las almas de la humanidad
—un gran ejemplo para nosotros que vivimos en esta edad de tibieza
Por D. M. Panton
Cualquiera que observe detenidamente los hombres y las mujeres que crecen más en el poder espiritual, y que sirven más para Cristo, hallarán en ellos una característica común: la intensidad. Tanto es esta característica de nuestro Señor mismo, que en toda la Biblia, sólo Él la revela en una manera muy peculiar: con esa intensidad, que es la voz de Dios llegando hasta lo más profundo del alma humana, Él gime una y otra vez: "Simón, Simón", "Marta, Marta", "Saulo, Saulo".
Nadie en toda la Biblia duplica un hombre por costumbre como nuestro Señor. Lo que lo hace más maravilloso es que en las únicas otras dos ocasiones cuando alguien en la Biblia lo hizo, estaban en un aprieto. Primero, cuando los discípulos pensaban que se ahogaban: "¡Maestro, Maestro, que perecemos!" (Lucas 8:24); y en el segundo caso, cuando ciertas almas perdidas encontrando la puerta cerrada, gimieron: "Señor, Señor, ábrenos" (Lucas 13:25).
La intensidad que los hombres muestran en el instante de peligro de muerte, y que los perdidos revelan cuando conocen su condenación, ¡es la intensidad habitual de Jesucristo!
Fidelidad
Echemos una mirada a estas intensidades, ricas en instrucciones y necesarias como ejemplo. La primera es la intensidad de solicitud de nuestro Señor para con sus amigos. "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas" (Lucas 10:41).
En muchas vidas que conocemos hoy en día, los afanes, las ocupaciones y los placeres están haciendo a un lado a Cristo. Cristo está en la vida, pero no ocupa el primer lugar; los deberes que tienen que llevarse a cabo, son tan absorbentes que hacen a un lado la mesa del Señor, la hora de oración, el estudio bíblico, y hasta Jesucristo mismo. "Marta, Marta" —es el gemido de nuestro Señor a lo más profundo del alma de la mujer; porque Él desea que todos los que Él ama ocupen una alta posición en la gloria venidera— "afanada y turbada estás con muchas cosas".
Fue el Sr. Gladstone quien dijo: "Por valentía, no alabe al hombre que se enfrenta a sus enemigos, pero sí al hombre que se enfrenta a sus amigos"; y así nuestro Señor, con ternura, con firmeza y con compasión, busca lo mejor para aquellos que le brindan hospitalidad, y aquellos a quienes Él ama.
Aviso
La siguiente es la intensidad del aviso. Los apóstoles se reunieron en la Última Cena. Inconscientes de la tragedia que se avecinaba, discutían la entrada a la gloria y el lugar de cada uno en el reino del Mesías, mientras estaban tan cercanos a una negación abierta de Cristo, y a la apostasía pública de Pedro. De repente, sin aviso alguno, nuestro Señor se vuelve a Pedro y le dice: "Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte" (Lucas 22:31-32).
El peligro espantoso que se encuentra la iglesia de Cristo en estos momentos es el mayor en su historia entera; aún más cuando algunos de nuestros mejores evangelistas están respondiendo con Pedro, "Dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte", cuando yo observo (y lo digo con ternura) que no están listos a separarse de la riqueza, la reputación, la casta social o el prestigio denominacional, mucho menos con la vida, todos inconscientes del inmenso peligro de cada discípulo ahora y en el juicio por Cristo.
Si jamás hemos necesitado mensajeros de aviso, es ahora —hombres que habiendo primeramente aprendido a fondo, y con cuidado excesivo, exactamente lo que Dios dice, entonces pondrán sus labios a las trompetas de plata para proclamar aquella palabra con un tono que ningún hombre podrá detener. "Simón, Simón", —es el gemido de Cristo a la iglesia entera de Dios— "Satanás os ha pedido…pero yo he rogado por ti". ¡Oh, si tuviéramos tal intensidad por la iglesia de Dios!
Amor
La próxima intensidad de nuestro Señor es la intensidad del amor por todos los santos. Jesucristo a este lado de la tumba es exactamente el mismo Jesucristo; la intensidad de su amor se mantiene incambiada: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hechos 9:4). El Señor es tal con su iglesia, que aun fuera del cielo gime: "Saulo, Saulo", —como si las cadenas de la prisión estuvieran cortando los huesos de sus propias muñecas— "¿por qué me persigues?"
Ahora fijémonos sobre aquel puñado de cristianos con las divisiones agudas de doctrina, aumentadas con riñas, carnales y erróneas; no obstante, nuestro Señor apunta a cada una de sus almas regeneradas y dice: "¡Véanme a mí! ¡Véanme a mí!"
Cuando miro a los ojos de un hijo de Dios, miro los ojos del Cristo místico. Estamos familiarizados con las palabras exquisitas de Agustín: "Tomo al Cristo entero como mi Salvador; tomo a la Biblia entera como mi guía; tomo a la iglesia entera como compañera; y tomo al mundo entero como mi campo pastoral". Pablo aprendió de tal manera la lección, que a lo último pudo decir: "¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?" (2 Corintios 11:29).
Sacrificio propio
En seguida, encontramos una nueva y asombrosa intensidad que pone a nuestro Señor en una luz distinta. La misma manera peculiar aparece en el Antiguo Testamento, y nunca de labios humanos. "Abraham, Abraham". "Jacob, Jacob". "Moisés, Moisés". "Samuel, Samuel". Ninguna voz más que la voz que está en el pecho de Dios muestra jamás una emoción tan apasionada. Jesús es Jehová. "Abraham, Abraham…no extiendas tu mano sobre el muchacho" (Génesis 22:11-12). ¿Qué es esta intensidad? Nuestro Señor salvó a Isaac al costo del Calvario. Él detuvo el cuchillo para que cayera sobre sí. Es la intensidad del sacrificio propio.
Juan 3:16 dice que de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo para que muriera. 1 Juan 3:16 dice: "también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos". ¿Tiene la Biblia entera alguna sentencia más tremenda para el siervo de Dios? Los obreros cristianos muchas veces trabajan hasta llegar a un punto de poner en peligro su salud, su reputación o su bolsillo. Aun así nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. ¡Oh, Señor, ayúdanos a subir esta montaña!
Santidad
Entonces hay la intensidad de la santidad. Moisés se encontró un día cerca de Dios. La belleza de Jehová-Jesús se mostró en la zarza que ardía, y él se acercó sin temor de lo santo y de lo majestuoso. De repente se oyó la Voz: "¡Moisés, Moisés!…quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (Éxodo 3:4-5).
Todos los incrédulos que se denominan "cristianos" y que dudan de la verdad de que Jehová habló con Moisés desde la zarza que ardía en fuego; la negación absoluta y creciente de todo justo castigo; la familiaridad con la cual el nombre del Señor es usado hoy en día; —¡oh, el horror de todo ello!— ¡cuando la misma tierra alrededor de la deidad es santa, y cuando sólo el tocar las cosas santas en el tabernáculo trae la muerte instantánea!
Escucha una confesión triste de uno de los principales promulgadores de infidelidad crítica a través de las iglesias de Escocia:
"Soy un reincidente. Antes disfrutaba de la oración, pero por años me he encontrado mudo; la oración no ha sido en mi caso una necesidad aprobada. Las iglesias no se conocerán dentro de cincuenta años. Se espera que quede un hálito de fe para cuando todo termine. Por mi parte, yo estoy completamente debajo del agua, y no veo el cielo para nada".
¿Acaso no nos asombra una caída así cuando la santidad y la majestad temible de Dios se ha perdido? "Moisés, Moisés, quita tu calzado". Recuerda a Core (Números 16:1-40).
Niñez
La próxima intensidad es la ansiedad de la generación futura. "Y…Jehová…llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel!" (1 Samuel 3:10).
Ningún llamado sobre el niño ha sido tan urgente como el de nuestro Señor. Él no dice que ellos son inocentes, así que cuídenlos; ¡mas dice que ellos están pereciendo, así que sálvenlos! "Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños" (Mateo 18:14).
Qué minas de oro esperan nuestro pico —un Samuel durmiente en el corazón de un niño de la iglesia. De 290 misioneros, 40 recibieron su llamado antes de los catorce años, 190 entre la edad de catorce y diecisiete años, y 30 después de los diecisiete. Hace muchos años una niña de seis años vino a mí después del culto por la tarde. Tomándola sobre mi rodilla, le dije:
"Nellie, ¿qué es lo que quieres?"
Si ella viviera hasta los ochenta años, jamás expresaría la necesidad de su alma más profundamente o más completamente que como lo hizo a los seis años:
"Quiero a Dios en mi corazón".
Él entró esa noche, y hoy ella es una obrera devota de Cristo. ¡Dios líbranos del destino horrendo que espera a aquellos que hacen tropezar a los pequeños que creen en Él!
Evangelizar
La siguiente es la intensidad del evangelio. "¡Jerusalén, Jerusalén…! Cuántas veces quise juntar a tus hijos" (a Mí) "¡y no quisiste!"(Mateo 23:37).
Si usted hubiera estado con nuestro Señor en el Monte de los Olivos, y hubiera previsto las águilas romanas, los arietes, el templo ardiendo, las calles ensangrentadas, los ciudadanos crucificados a miles hasta faltar la madera —y todo esto antes de transcurrir 40 años— ¿qué le hubiera dicho usted a esa gente? ¿Hubiera hablado de uniones industriales, bancos de ahorro, o de servicios sociales?
Para nosotros que estamos con toda probabilidad a la puerta del Advenimiento, cuando nos paramos sobre los Olivos con nuestro Señor, viendo las ciudades del mundo ardiendo como pronto arderán, podemos decir sólo una cosa: "¡Cuántas veces quisimos acercarte a Cristo!"
Jesús fue el único Hombre que lloró por la condenación de una ciudad, cuya condenación podía haber evitado; y sin embargo, no levantó un dedo para hacerlo. ¿Por qué? Porque estaba en perfecta armonía con los juicios venideros de Dios: ¡pero le costó deshacerse en lágrimas! Lloró por el número tan pequeño de sus convertidos. Él volvió a la ciudad una y otra vez —"¡cuántas veces!" "¡cuántas veces!"— hasta que al último su evangelismo le costó la vida.
Oración
La intensidad de la hora de la muerte es la intensidad de la oración. "Dios mío, Dios mío" —Jesús es el mismo en sus últimos momentos— "¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46).
El tiempo de oración pronto terminará; nunca por toda la eternidad podré detenerme por un Cristo rechazado por un mundo entero. "Hijitos, es el último tiempo". Vayamos en oración.
"Si hubiera sabido lo que ahora sé acerca de los servicios de oración", dijo un santo al morir, "hubiera dado las tres cuartas partes de mi vida a la intercesión". Nada puede haber tan efectivo que no esté cubierto primeramente por la oración.
Al Dr. Bachus, presidente del Colegio Hamilton, le fue dicho que tenía media hora solamente de vida.
"¿Es así?" contestó él, "entonces sáquenme de la cama y pónganme de rodillas y déjenme pasar esa media hora pidiéndole a Dios la salvación del mundo".
Y así lo hicieron: él murió arrodillado.
El ocaso se mira a través del cielo.
Desde torre en torre la alarma abrumadora
en el aire tañe el toque de queda.
¡Oh, niños, es la misma última hora!
Lo que los siglos pudieran haber logrado
debe hacerse en la hora del sol poniente;
y por todas las tierras el Nombre salvador
debemos proclamar a toda prisa ferviente.
Gloria
La última intensidad es una pasión por la época venidera. "Y habló Dios a Israel" —Jacob, no solamente regenerado, pero un vencedor al fin, un príncipe de Dios— "y dijo, Jacob, Jacob…Yo haré de ti una gran nación" (Génesis 46:2-3); y verá "a Abraham, a Isaac, a Jacob…en el reino de Dios" (Lucas 13:28).
Aquí sigue una doxología de Judas (versículo 24) que, como la cima de una montaña de las Escrituras, penetra el mismo cielo: "Y a aquel que es poderoso" —no que lo hará, pero que lo puede si le somos obedientes— "para guardaros sin caída" —dominando los afectos, purificando los motivos, inspirando la mente, controlando el hablar, llenando el corazón para que no tropecemos— "y presentaros sin mancha" —irreprensibles bajo los Ojos de Fuego escudriñadores— "delante de su gloria" —porque la Mano que creó la santidad de Enoc, puede crear el rapto de Enoc— "con gran alegría" —en la exuberancia de felicidad triunfante (Moule). Qué pináculo, terraza sobre terraza: en la tierra, el paso firme sin tropiezo; en el aire, el santo ascendiendo; ante el Bema, la estrella luminosa; en el reino del más allá, la felicidad de su Señor; todas las facetas de un diamante, y ese diamante: la santidad.
"Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…No que lo haya alcanzado ya…pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:8,12-14).